En la bruma del destierro, el eco resuena,
un corazón errante, su destino entre cadenas.
Dejó atrás la risa de amigos leales,
y en la soledad, halló dulces umbrales.
La amada le esperaba, un faro en la distancia,
en la noche oscura, su luz fue confianza.
Los años fluyeron como ríos sin prisa,
de amante a esposa, en la vida, una brisa.
Descarriado y bohemio, en tierras extrañas,
aprendiendo la ley, de nuevas montañas.
Su alma se forjó en el fuego del cambio,
cada paso incierto, un verso, un reclamo.
Las memorias flotan, como hojas al viento,
cada encuentro perdido, un suspiro, un lamento.
Mas el tiempo, maestro, le enseñó a amar,
en la lucha constante, el valor de soñar.
Así vive el poeta, entre sombras y luces,
su canto es un puente, donde el amor se induce.
En el destierro halló su voz más sincera,
y en la historia de vida, su esencia, la bandera.
Rolando Matias